En 1853 Catlin recorría el estrecho de la Reina Carlota, que separa la isla de Vancouver de la tierra firme, y en un alto fue abordado por un grupo de Nayas que se acercaron para intercambiar conchas y salmón. Luego visitó la aldea, llevando naturalmente su portafolio de dibujos, que mostró al Feje Naya. Este no mostró mayor sorpresa al ver los retratos de los jefes de los Sioux, Osages y Pawnies, pero echó a reír, con todos los de su entorno, al encontrar entre ellos el retrato de César, sirviente negro de Catlin, que en ese momento acompañaba al viajero artista. A poco, todos querían ser retratados. A diferencia de los temores superticiones de los indios del Amazonas, dice Catlin, el jefe Naya consideró un gran honor ser pintado en papel, y solicitó además ser retratado con su hija, que le era muy querida: “la hija llevaba una magnífica manta de lana de moflón de montaña y de pelo perro salvaje, hermosamente tejida con hebras de varios colores, formando los diseños más complicados y curiosos. La manta estaba adornada con una franja de flecos de 18 pulgadas de largo. Este era el trabajo de tres mujeres durante un año, y su valor era de cinco caballos”( Grabado tomado de George Catlin, Excursions parmi les tribus indiennes des bassins de la Colombia et du Haut-Missouri, Le Tour du Monde, 1869) Texto: Ernesto Salazar.
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